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Transgresiones en serie

Luis Felipe Ortega
Texto de sala para la primera exposición individual de Daniel Guzmán en Temístocles 44
Mayo, 1993
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Es extraño a donde nos llevan nuestras pasiones,

persiguiéndonos como un azote,

obligándonos a aceptar sueños indeseables,

destinos inoportunos.

Truman Capote

¿En nombre de qué, nos preguntamos, ha invocado a Daniel Guzmán en sus dibujos a estos seres, mounstros y palabras que parecen salidos de un almanaque de desobediencia y malos hábitos? La locura que reflejan tiene la facultad de llamar nuestra atención; incluso, de hacer que una cierta risa se congele en nuestros labios cuando tosa su carga de personajes extraños toma el tren de las tintas, lápices y pasteles para viajar sobre un papel, que, en este caso, es el papel al cual el mundo no está dispuesto a renunciar: el de sus mismos principios de maltrato y rasgadura. Ya viajando en ese tren, también nosotros, como Daniel Guzmán, nos preguntamos si éste no “está parado en un destino vacío”.

Desde aquellas series de dibujos que Daniel realizó a finales de los años ochenta (mientras continuaba sus estudios en San Carlos y La Esmeralda), podríamos asombrarnos como el juego de relaciones que ahí se presentaban. Ya entonces su reproducción descompuesta de hombres y flores, y sus Corazones, muertos, no andaban sobre un suspendido mundo de sueños sino sobre un mundo sacudido de pesadillas. Pero, en esas pesadillas (tal vez, como en aquellas de Borges), su topografía era reconocible –reconocida- y Daniel lo asumía, curiosamente, sin tratar de escapar suavizando a sus personajes. He hablado de pesadilla y, en todo caso, aquellas series de Daniel estaban aún acercándose al tiempo de la verdadera falta de creencias, al que posteriormente se fue replegando su obra. No es un “cierto tipo de escepticismo” el que caracteriza a estos dibujos sino una paradoja constante: la creencia en que los sistemas actuales de vida, dependen de asumir la falta de utopías. En esa medida, la posición que toma Daniel, depende de una ironía que coloca en el mismo nivel a los diferentes sistemas de pensamiento y de expresión humorística.

Sus obras , a lo largo de los últimos tres años, han vivido una transformación que, en su mayoría, viene de esta posición ante el ,mundo y la condición cultural de nuestro país.

Seguramente fue esto, lo que lo llevó a un reorganizamiento para conjugar distintos tipos de contenidos, seguidos siempre por un conjunto se series donde el manejo de los recursos dibujísticos cobran mayor importancia en 1990, La mosca humana y La piel, fueron dos series de dibujos que revolucionaron la forma en que se habían llevado a cabo las anteriores.

Líneas fragmentadas y gruesas marcas de tinta se aproximan a palabras que parecen dichas por alguien que padece dislalia: esta piel esta piel esta piel y luego, como creando y acentuando más esa fragmentación donde las cosas no pueden unirse, una pata o una cabeza de elefante se dispersan entre nuevas palabras escritas por una mano que dibuja cabeza. Daniel estaba insistiendo en los puntos que reflejan la imposibilidad más que posibilidades para acercarse a lo que quería, no a detenerse en una limpia apariencia de “buenos dibujos”, sino a crear equivalencias sustanciales entro lo que implica una línea y su extraño significativo. Daniel Guzmán apunta sobre una superficie la representación de figuras, de cuerpos, de animales, extiende el color y pasa a una “reafirmación”, sólo entonces dice h hace similitudes, cambia las intenciones de los personajes y cualquier desciframiento es una transferencia: ¿por qué tendríamos que ilusionarnos con una imagen y dar con una frase que designa lo mismo y habla desordenadamente?

En un ámbito donde el dibujo ha sido tomado como una actividad inferior a la pintura, Daniel Guzmán continúa trabajando. Algunas veces con soportes decorativos, pero sobre todo en papeles pobres o simple y sencillamente blancos.

Y es sobre estos papeles que se han extendido sus retratos de asesinos, personajes de cine gore, rostros de mujeres que estuvieron en situaciones de peligro y muerte, desordenados cuerpos que se abrazan en murmullos de goce, letras de canciones del grupo de rock Sonic Youth y frases de Bukowski y William Burroughs. Como si quisiera almorzar desnudo con sus personajes infernales y enfermos, Daniel Guzmán se toma su tiempo y propone diferentes estrategias para desarrollar su método irónico. Sin embargo,  no se lava las manos o recurre a este método para burlarse de los “males” del mundo. Si hay una clara insistencia en el panorama que articulan estos dibujos, tenemos también, por lo menos, una situación que se afirma por el modo como este artista ha retomado sus fuentes de información –y, desde luego, deformación. Hacia los primeros meses de 1991, Guzmán trabaja en las series: Retrato de un asesino en serie, Todos los hombres son iguales y Leatherface, a partir, precisamente de varios documentos fotográficos (llámesele revistas de terror o especializadas en asesinatos).

¿Cuál podríamos pensar que es la condición de un artista que ha dejado de pasar estos elementos a su obra y que, bajo esa práctica, se involucra con un lenguaje directo y una técnica que no oculta ninguno de sus procesos? Incluso si se trata de sus pinturas- que de ningún modo son independientes del sentido de sus dibujos y donde parece que la nave está averiada-, la necesidad de ir hacia alguna dirección concreta, acaba con el engaño y el ocultamiento. Aunque Daniel ha tratado a la pintura con eso que podríamos llamar “mala factura”, de igual modo se impone una respuesta desde la poca fe que tiene un medio como éste. Y entonces, está de regreso al papel y al lápiz (y no pocas veces los toma para escribir con sus letras dibujadas).

Los títulos de estas series, responden al “origen” de donde han venido (generalmente la música, la literatura o el cine), y también, efectúan una clara mención de los personajes que están incómodamente allegado y verifican una idea de poder que se desplaza horizontalmente. Podemos pensar en una crítica a ese tipo de relaciones y, luego, en los “rituales” que de ellas se derivan. En Hermosa joven y guapo muchacho, por ejemplo, el perfil de estas parejas se une gracias a una “imposible” fusión de sus narices. Y otras veces es la boca penetrada por un falo lo que logra esta unión: olor de hembra es una especie de continuidad donde se juega con este recuentro corporal, no sólo como una síntesis de relaciones indiscretamente cursis o directamente sexuales, sino con ese orden donde el poder se establece.

La condición, no deja de tener una aproximación a artistas como Otto Dix, Max Beckmann o José Clemente Orozco. Arriesgándose entre la oposición: dibujo con esfuerzo y dibujo sin esfuerzo, Daniel indica no únicamente un destrozo y una desproporción en el sistema de relaciones personales, sino un anhelo que aparece y se escode entre las palabras y los labios de una mujer que se abraza aun mundo de sonidos. ¿Y Bus, Che Guevara, los Sex Pistols y Nirvana? Ellos son invitados a considerar el famosa mito del futuro. “¿Qué es el Nirvana?”. Se preguntaba Borges. Y luego responde: “Es extinción, apagamiento...

Cuando se habla del nirvana no se habla del vino de nirvana o de la rosa de nirvana o del abrazo del nirvana. Se lo compara, más bien, con una isla, con una isla firme en medio de tormentas, se lo comprara con una alta torre; puede comparárselo con el jardín también. Es algo que existe pro su cuenta, más allá de nosotros”.

Quizá para un dibujante que ha realizado un visible emplazamiento en sus series, esa “isla firme en medio de tormentas” y ese “tren que está parado en un destino vacío “, no sean sino parte del proceso que desemboca en su método irónico.

En esta primera exposición individual, Daniel Guzmán nombra con su lenguaje es espacio de la muerte, de la locura y de la sexualidad; hacer que estos espacios se tomen excesivos para fomentar una transgresión (que sólo es posible gracias a ese “exceso”). El ojo- la mirada, ha estado por mucho tiempo en el centro de esta transgresión, y vuelve a invitarnos a participar en sus espacios.