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A propósito del borde de las cosas

David Miranda
Texto de sala de la exposición A propósito del borde de las cosas
Junio, 2017
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A propósito del borde de las cosas

Proyecto de Luis Felipe Ortega para el Museo Experimental el Eco


Hay tiempo para envejecer. El aire está lleno de nuestros gritos. Pero la costumbre ensordece.

Samuel Beckett

El absurdo como metáfora poética emerge frente a la angustia, lo brutal y la pena provocada por un mundo ideológicamente trastornado que tenía la guerra como único valor social y de intercambio. Un acuerdo entre mentes literarias hizo contraste con la narrativa histórica de corte nacionalista de principios del siglo xx, y encontró como campo de recepción para sus enunciados el arte escénico inspirado en los postulados existencialistas de Albert Camus y Jean Paul Sartre. El llamado teatro del absurdo dejó, como evidencia de su confrontación con el mundo moderno, tramas que parecían no tener congruencia en su articulación debido a sus significados —en apariencia inconexos— basados en un discurso empleado en sus libretos que aludía a la no identificación de un tiempo y un lugar particularmente específicos donde suceden sus historias, lo cual desentonó con los cánones de escritura y relato que hasta el momento se consideraban modelos de dramaturgia y, en consecuencia, con parte de las reflexiones sobre el mundo.[1] En 1952, Samuel Beckett publicó Esperando a Godot, obra dividida en dos actos que pone de manifiesto el tedio y la carencia de sentido en las sociedades del mundo moderno con la trama que desarrollan sus personajes, ubicados en un lugar y momento que no pueden identificarse, pero que sí invitan a pensar en las contradicciones generadas por la humanidad, a partir de las relaciones de poder. En esa misma época, con un estado de ánimo que coincide con el cuestionamiento profundo de los valores de la humanidad desde el arte, abre sus puertas el Museo Experimental el Eco. Su primer acto de inauguración fue la lectura del Manifiesto de arquitectura emocional, que Mathias Goeritz escribiera[2] en contra de la opresión del funcionalismo y de “tanta lógica y utilidad en la arquitectura”, ubicando en el centro, como eje de su pronunciamiento, la posibilidad de volver a generar “emociones verdaderas” desde el arte. Como parte de esto presentó la “arquitectura emocional” como una escultura penetrable, digna de ser experimentada de manera distinta a lo que la lógica utilitaria dicta en el mundo. Por esa razón, El Eco ha sido, desde su origen, un espacio de inspiración para lo que hoy se conoce como “artes vivas”.

Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) plantea una nueva lectura de los espacios que, como escultura habitable, contiene el Museo Experimental el Eco. Para ello, su punto de partida son emplazamientos escultóricos que intervienen el edificio, reafirmando los principios compositivos relacionados con la penumbra y el misterio que la iluminación natural provoca en el lugar. Con la intención de vincular intereses (que han atravesado su obra a lo largo de su trayectoria) con las posibilidades que el espacio arquitectónico permite, propone un programa de activaciones que contempla su participación con otros artistas mediante intervenciones del espacio desde la experimentación, de la gráfica, la danza, el arte sonoro y la poesía como acontecimientos escénicos. A propósito del borde de las cosas es un proyecto de carácter sito-específico para la “arquitectura emocional” de Mathias Goeritz, El Eco; en él se proponen diversas maneras de diseccionar las aristas de tan singular edificio, en aras de fugar aún más sus posibles perspectivas para crear diferentes situaciones dentro del lugar y provocar con ello “horizontes” que hagan del visitante un cómplice en su recorrido por las singularidades arquitectónicas del sitio.

Luis Felipe Ortega desarrolla su práctica artística en un continuo diálogo con la poesía y la filosofía, apuntalando su interés por los cruces fenomenológicos del quehacer artístico de su tiempo; confronta plásticamente la historia a la que pertenece y, a partir de ello, busca “desaprender del arte” para generar un lenguaje propio dentro de este campo. Desde el principio de su carrera, su obra se manifiesta como un análisis crítico de los lenguajes de la cultura contemporánea trabajando desde sus límites disciplinarios; eso lo ha ocupado en la exploración de diferentes medios, combinando producción escultórica, fotográfica, gráfica y audiovisual con carácter poético, como consta en los proyectos que anteceden a éste. En 1995 realiza la serie de acciones en el espacio público conocida como: Los cuerpos dóciles, derivadas de una reflexión sobre las aseveraciones políticas y filosóficas del texto de Michael Foucault: Vigilar y castigar. En esta serie, Ortega reconfigura su tránsito en el espacio urbano con sutiles acciones para realizar comentarios valiéndose de los textos relacionados con la idea de disciplina de Foucault, en los que se pone de manifiesto la distribución de los individuos en el espacio, atravesada por la educación a la cual se acogen. Foucault denunció la manera en que habitamos el mundo, dirigidos por la forma disciplinaria a la cual accedemos mediante la educación, nuestra condición social-política y las formas de consumo del mundo. En el caso de Ortega, desde su práctica asumió una condición formal que produjo como resultado situaciones con su cuerpo en un parque, generando imágenes que lo vinculan con una genealogía de arte conceptual que lo antecede, pero agregando una realidad más al hecho plástico, la reflexión de acoplarse al paisaje desde una política del hacer que no se refiere exclusivamente al arte, sino a su condición de individuo en un contexto específico, similar al tiempo sin tiempo que propuso la trama de Beckett como estrategia narrativa en 1952. La sola acción de sentarse en una banca de parque, sujetar el cuerpo en una jardinera o recostarse en la copa de un árbol significó entonces para Ortega una acción política con respecto a su campo disciplinario: el del arte. Dos décadas después de estos gestos y de una trayectoria destacada en su práctica como artista, docente y editor, Luis Felipe Ortega presenta un proyecto que implica la manifestación arquitectónica y escénica de muchas de las inquietudes literarias y políticas que aún constituyen un principio en su obra y que cuestionan, desde una dimensión poética, el lugar que ocupan los individuos en el mundo, hablando desde las fisuras en las disciplinas del arte que practica y que ejecuta con otros como parte de una conversación continua con su entorno.


David Miranda

Junio de 2017



Participan en la activación de A propósito del borde las cosas, de Luis Felipe Ortega:

Tania Solomonoff

Anaïs Bouts

José Luis Sánchez Rull

Esteban Aldrete

Patricio Calatayud



[1] Arthur Adamov, Eugène Ionesco, Jean Genet, Samuel Beckett, entre otros autores, difirieron del momento histórico que vivían con su obra, en la que resaltaron las discordancias del pensamiento social de su tiempo con los hechos desencadenados por éste, abriendo una brecha importante para los artistas y pensadores que les sucedieron dentro y fuera del ámbito de las artes y la literatura.

[2] Un año después, el Manifiesto de arquitectura emocional se publicó en Cuadernos de Arquitectura de Guadalajara núm. 1, 1954.