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Luis Felipe Ortega: Construir el horizonte

María Olivera
La Tempestad
04 de febrero 2022
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Las infinitas maneras de habitar un museo, una sala de exhibición, un muro o un dibujo. Las infinitas maneras de mirarlo, pensarlo y enunciarlo. Siempre un trabajo en términos de posibilidad. Reconozco un camino para acercarnos a los espacios de producción y pensamiento de Luis Felipe Ortega a través de sus libros, catálogos y referencias bibliográficas: su obra no puede entenderse a través de temas –a él no le interesan– y hay un elemento que nos obliga a escapar de ellos constantemente: el emplazamiento físico y emocional que sucede (o que acaso creamos) cuando somos testigos de sus piezas y sus reflexiones.

El sábado 5 de febrero se inaugura en el Museo Amparo de Puebla …y luego se tornará resquicio, exposición individual curada por Daniel Montero, que hace eco a una muestra del artista en el museo de arte contemporáneo Macro Testaccio, ahora conocido como “Mattatoio”, en Roma, curada por Lucilla Meloni en 2018. La exhibición del Amparo no está pensada como retrospectiva, pues no se incluyen piezas de los noventa (la más vieja es de 2002) y Ortega reconoce una pregunta, como punto de inflexión, que la acompaña: ¿qué pasa cuando estás frente a algo y no logras verlo en su totalidad ni puedes reconocer qué es? ¿Qué tipo de extrañeza puede provocarte? “El espectador se queda solo con lo que está pensando o experimentando y esta relación, además de ser un hilo conductor de mi trabajo, aparece de una manera muy particular en esta exposición”, comenta el artista desde su estudio en la colonia Roma de la Ciudad de México.


Formalizar la idea

Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) apuesta por las distintas maneras de plantear una idea, desarrollarla, representarla y abordarla. La elección de los materiales que utiliza en sus obras es resultado de un proceso largo y profundo de reflexión sobre lo que implica crear con grafito, varilla, video o audio. Los tiempos de producción y los de contemplación entran en juego en cada una de sus piezas. La configuración de su exposición en el Museo Amparo es en sí misma una construcción de capas y elementos donde el espectador tiene la posibilidad de decidir hasta dónde participa y qué impresiones, afectos y tensiones desarrolla en su recorrido. “Estoy abierto a que esta experiencia sea múltiple”, menciona Ortega, “porque para mí fue una experiencia múltiple. Viene de una relación de diálogos conmigo mismo, con ciertos escritores, con ciertos artistas que para mí son significativos, y lo que está en juego es incluso un sentido positivo de la crisis: si la pieza no provoca una crisis, sólo hay un fragmento de la experiencia”.

En el estudio hay una maqueta que replica la distribución del museo y los espacios de exhibición en los que se extiende la obra de Ortega. Mirar desde arriba cada habitación, con las piezas reproducidas en pequeño formato, plantea un primer acercamiento a esta experiencia, que cuestiona nuestra propia relación con las obras porque de manera casi inmediata surgen preguntas relacionadas con los tiempos de producción. Un cuarto tapizado de grafito, por ejemplo, pintado a mano con una única línea blanca que permanece intacta, inevitablemente nos descoloca; no porque pensemos que ahí no hay nada sucediendo –como recuerda en una anécdota Alexis Salas en el catálogo de la exposición de Ortega en El Clauselito– sino justamente porque imaginamos cuántas horas y cuántos cuerpos estuvieron involucrados en esta labor.

Desde esta altura y desde este formato de maqueta, calculo unos cinco días para producir el Horizonte invertido; no obstante, las fotos de proceso hablan de ritmos distintos de trabajo: “Dos equipos de apoyo de cuatro personas, con jornadas de cuatro horas por equipo durante 10 días”, quizá un poco más pues en el montaje han descubierto que no moverán una pared sino que expandirán el dibujo. Otras piezas aparecen colgadas del techo del museo; hay fotografías y pinturas, video y escultura. Destaca una obra hecha ex profeso, que da la bienvenida a la exposición: Espacio abierto juega con la arquitectura y genera un extrañamiento en la percepción del espacio, porque para mirarla en su totalidad es necesario recorrerla. De nueva cuenta la idea del emplazamiento: una invitación al espectador para atreverse a mirar y decidir su grado de participación. “El trayecto es muy importante; si no hay tal, no estás en una relación compleja con la pieza. Ese trayecto puede ir de más a menos o de menos a más y a partir de ahí hacer una serie de ecuaciones entre la escultura, la imagen y el sonido. Todo esto quiere poner a la propia pieza en crisis”.

Ámbitos y resonancias

Para hablar del trabajo de Luis Felipe Ortega es necesario mencionar su biblioteca, su colección de revistas vintage –donde se publicaron sus primeros escritos–, la distribución de su taller –cada cuarto permite el desarrollo de una serie distinta de trabajo, desde video y pintura hasta intervención en la pared. No hay elementos aislados, cada objeto refiere a una idea que puede estar en el aire, entre las páginas de un catálogo o germinando en la mente del artista. ¿Cómo trasladar entonces las referencias (lecturas, audios, etcétera) a un espacio expositivo y articular una muestra?

La respuesta tiene que responderse desde las particularidades de cada obra: “Comienzo a reflexionar sobre qué me está provocando una idea, y en ese momento se dan interlocuciones muy precisas. Se genera una red muy clara de cómo se puede dar seguimiento a esta idea, que sólo tiene sentido si se tensa con otras. En realidad es un trabajo de tensión y de trayectos donde hay un punto frágil y potente en el que te atreves a asumir que algo está pasando”. Este planteamiento pone en juego las concepciones del arte y del pensamiento contemporáneos, porque los cruces entre ámbitos son universos en sí, crean resonancias entre el artista, las obras y los espectadores con una temporalidad muy particular.

Los procesos de larga duración adquieren especial importancia en estos espacios de posibilidad porque Ortega pone a prueba los materiales, las técnicas y los soportes para tomar decisiones: qué tipo de papel utilizar, qué paleta cromática introducir en un video, cuál será el movimiento de las bailarinas. “Trato de conectar una pequeña idea con ideas que reconozco más sólidas en Beckett, por ejemplo, y eso me permite seguir adelante. Si no actuaría como un artista moderno, caminando por el mundo a ver a qué hora se me ocurre una gran idea. Se trata de ponerla a prueba en el diálogo con otros, interactuar con voces muy precisas: Eduardo Viveiros de Castro, Peter Pál Pelbart…”.

Flujo y pausa

Luis Felipe Ortega reconoce que el acto de producir una idea es solitario, y estar en contacto con otros autores le permite volver al punto de partida con una locución más fuerte. En este sentido, las ideas permanecen pero las materialidades mutan. ¿Qué tipo de verdad se está produciendo en estos procesos? Una verdad estética, evidentemente, pero también una crisis donde sólo yo me puedo descubrir en esa pieza. Y ahí aparecen ciertos tipos de verdades. Dado que en …y luego se tornará resquicio se presenta también obra de años pasados, pregunto al artista cómo se leen las piezas de los dosmiles en el contexto actual: “Con la exposición estoy tratando de provocar un flujo. Te detiene, pero no te para en seco y surgen distintos tipos de relaciones: matéricas, espaciales y temporales. Tienes una pieza que no te deja ver nada, pasas a otra sala y hay otro tipo de materialidad como fotografías, óleo y esculturas. Después sales al patio y tienes una línea de luz que duplica lo de adentro. Además del flujo necesitas encallar en algún punto”.

Para detener el ritmo de un arte contemporáneo voraz, donde se normaliza el flujo sin prestar atención a los momentos de pausa, Ortega insiste en que las piezas que más lo han marcado son aquellas que le permiten volver una y otra vez a plantarse frente a ellas, “es una plataforma para estar con uno mismo; la obra es un conductor, aparece como una herramienta que conduce la experiencia, y la pregunta de qué está aconteciendo no se dirige hacia la obra sino a uno mismo”. Debido al montaje, el artista pasó semanas entre la Ciudad de México y Puebla, participando del levantamiento, quizá (re)descubrimiento, de su exposición en el espacio museístico. Destaca la intención de habitar plenamente el museo y dialogar tanto con las salas como con el espectador: “Pienso que uno habita las piezas, y en este caso hay que habitar el museo para llenarlo de energía”. Una energía además encapsulada, pues la exposición estaba planteada para inaugurarse hace un par de años.

La idea del horizonte como espacio –inquietud que aparece en muchas piezas de Ortega, y que se perfila en el título de la exposición– por una parte refiere a un sitio estable y por otra a un lugar lábil, un punto entre el estar y el no estar, entre el saber y el no saber. “Las piezas que se presentan no apelan al simulacro de nada, sino a enfrentarnos a otra experiencia. Esto sólo puede suceder si hay un espacio de honestidad con uno mismo. En este recorrido de cerca de 20 años, donde el 60% son piezas nuevas y el otro 40% puntos que marcan los trayectos, apelo a esta problemática”.