La condena del clan
Anthony Northey, El clan de los Kafka, Tusquets Editores, Barcelona, 1989.
La condición humana que atraviesa el pensamiento de Franz Kafka y que, en toda su obra, es la dolorosa condición de personajes y atmósferas, siempre es cercana a los acontecimientos que este siglo nos deja. Si leer a Kafka nos vuelve cómplices de las situaciones ridículas que ahí se viven, es también una lectura que puede retirarse para encontrar una vida llena de esperanzas, la de un hombre que ante lo inhumano tiene pasión por emprender nuevos viajes.
Si Kafka ha de seguir por mucho tiempo como un autor inagotable para biógrafos y ensayistas, más que demostrado lo deja este libro del norteamericano Anthony Northey.
Ahora como miembro del clan, encontramos a un Kafka de vitalidad permanente, pero sin el espíritu que implica pertenecer al Mishpoche, que en la lengua judeoalemana incluye a “todos los parientes próximos y lejanos, por consanguinidad o por afinidad”. No sólo es amor y solicitud, sino también conciencia de pertenecer como digno representante al clan.
Desde estos valores y una documentación importante, Northey realiza los ocho capítulos que forman El clan de los Kafka. La correspondencia y el diario de Kafka son constantes que, junto con la desoladora Carta al padre, nos dan al escritor emprendedor de empresas, al hombre extraño en el ámbito familiar, al hombre que carece del espíritu que padre, tíos, primos y sobrinos elevan con sus viajes y negocios.
No es una biografía propiamente. Es, en el mejor de los caos, el encuentro con el Kafka viajero inagotable, que desde Praga conoce países de oídas, el que recibe cartas del extranjero que después hacen seguir personajes y ambientes, angustias y voluntad de amor. No el pequeño Kafka, sino el abogado, el empleado de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo.
Tener éxito en los negocios y formar una familia, en Kafka son empresas que se vuelven inalcanzables, pero que él siempre persigue. Postergables e infinitas, son también las relaciones con los dos tíos que más influencia tienen en su vida, en su obra. En “Recuerdos del ferrocarril de Kalda: Los Loewy en la obra de Franz Kafka” se describen, sin el sofocamiento de las fechas, los acontecimientos protagonizados por Alfred y Joseph Loewy. Ellos tienen puestos importantes en la construcción del Canal de Panamá, así como en la construcción del ferrocarril del Congo y España, después viajan a Nueva Cork, Africa, Buenos Aires, China; como supervisores unas veces, como directores otras. Y Anthony Northey, sin el simple pariente-personaje, nos recuerda puntos de partida y reunión con los relatos de Kafka. Por ejemplo: “Unos tres años antes de iniciar su novela América, Kafka tenía, en efecto, un tío que vivía en Norteamérica”.
Las relaciones nos van dando la figura de Kafka y nos acercan a su obra: al hombre que busca al hombre. El que escribe a su amigo Max Broad: “O mi tío nos busca empleo en España o tendremos que marcharnos a Sudamérica o a los Azores, a Madeira”. Y a pesar del tono resuleto, Kafka sigue acumulando en Praga sus soledades, pero mirando siempre a un futuro desde donde pueda “ver a través de las ventanas de la oficina campos de caña de azúcar o cementerios mahometanos”.
Ante las exigencias de la familia, Kafka es solamente un dibujo. Reproches del padre y ante los demás, y para él mismo, una figura extraña. “Y yo emborrachando cuartillas”, escribe en 1912, cuando su condición de empelado en la compañía de seguros y el último intento como socio de la Prager Asbestwerkw Hermann Co. (con su padre y el esposo de su hermana Elli), significa otra terrible necesidad de ser digno representante del clan. Ese mismo año conoce a Felice y escribe La condena y La metamorfosis: dos destrucciones, dos relatos perfectos que terminan con la vida de los protagonistas.
La condición de Kafka, escribe Northey, “era el ideal de una vida bajo signo de los valores burgueses, un ideal ante el cual fracasaron una y otra vez los esfuerzos de Kafka por fundar una familia”.
Finalmente, el escritor checoslovaco no alcanza el interés que siempre le fue cometido. Sin duda El clan de los Kafka es una pieza importante que cumple su propósito con gran sensibilidad; nos deja ante el hombre y nos acerca a los personajes de extensos territorios, a los laberintos impenetrables o a una habitación donde una mañana Gregorio Samsa despertó convertido en insecto.