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Finale

Laureana Toledo
Luna Córnea No. 18
Mayo - Agosto, 1999
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Parece increíble lo importante que es para cualquier historia su estructura, incluso la falta de estructura o la desestruturación a propósito. Pienso en Rayuela de Cortázar.  Pienso en estructuras narrativas más complejas como lo pueden ser las de Primo Levi o Italo Calvino.
“Todo lo que empieza debe acabar”, “todo lo sube debe bajar”, o algo así… Me vienen estas frases a la mente porque todos estamos acostumbrado, en cierta medida, a que las cosas empiecen, tengan un desarrollo y un final. Ni modo, es el ciclo de la vida, de las historias. Para luego volver a empezar: un nuevo comienzo. Nuevas posibilidades hasta en nuestras historias más viejas.
En nuestra memoria visual y en nuestras expectativas hacia una película o un reportaje, siempre estamos ansiosos de ver qué pasa al final, pero sólo si antes sabemos el desarrollo. Me parece gracioso que una de las formas más frecuentes de estropearle la película a alguien sea contándoles el final.
Al finas siempre se descubre quién es el asesino, al final los personajes siempre se casan y viven felices el resto de  sus vidas, al final sabemos los enredados motivos de buenos y malos y así sucesivamente…
Hace poco tuvimos la oportunidad de ver en el cine el Primer Episodio de un saga de la cual ya conocíamos su desenlace, y mí pregunta (antes de salirme sin terminar de ver la película) fue si realmente esto era necesario.
Tal vez como plan de marketing, tal vez para poder ver a Liam Nelson y Ewan Mac Gregor y otra bola de Stara haciéndola de caballeros Jedis; sí tal vez sólo por eso. Pero ¿era realmente necesario saber de donde venían todos, a pesar de que en los capítulos 4, 5 y 6 ya nos habían desenmascarado la verdad de los parentescos y los conflictos místicos de los personajes; sus incestos y complejos de Edipo? Y de cualquier forma, al final triunfa el bien y  tenemos la bella boda con invitados exóticos de toda la galaxia y tan-tan… final feliz una vez más.
Es evidente que toda fotografía cuenta una historia, de lo que sea, de nada, de algo. Es evidente que al hacer un reportaje fotográfico se busca que el espectador tenga una buena noción de qué viene después de qué, que halla una historia bien contada. Algunos reportajes lo hacen de una forma casi didáctica, es decir, después de A viene B y luego C. Pareciera que en este sentido la fotografía no cuenta historias en fotos, sino con fotos. Generalmente una sola imagen no basta para comprenderlo y se tiene que recurrir a las series, lo cual nos acerca un tanto más al lenguaje cinematográfico y nos aleja de lo instantáneo y contundente de la fotografía.
Creo que sólo algunas fotografías  logran encerrar dentro de un solo cuadro una historia más compleja, una donde el final es sólo el principio de una serie de preguntas que nos llevan a varios lados al mismo tiempo.
El porqué el arte contemporáneo se ha dedicado a variar estos métodos en claro, pero las preguntas siguen siendo casi las  mismas, y a mi parecer, éste es un lugar en el que uno como artista y como espectador debe seguir indagando. Personalmente estoy en contra de la didáctica en el arte. Creo que no debemos tomar al espectador como un tonto que no entiende nada y que no está dispuesto a hacerse las preguntas que uno, como artista, se hace.
Y entonces viene la ambigüedad.
Por supuesto que en cuanto conocemos cierto desarrollo, en cuanto entendemos los procesos, las imágenes finales nos son más claras y permanecen más tiempo en nuestra memoria, pero esto es a causa del mínimo esfuerzo mental que una obra requiere.
Podríamos hasta preguntarnos hacia dónde va el personaje de la fotografía de Robert Frank que camina –casi obligado- en el sentido de la fecha, pero ¿es importante saberlo? ¿no nos basta con ver esto y nada más?
Al ver la evidencia de Mauricio Cautelan –la  huida del Castillo de Rívoli en Turín- no hace falta decir que es la foto de una huída, ni que estaba en un castillo sin saber qué obra de arte hacer y que por esto mismo escapa, dejando evidencia del acto (y por supuesto, tomando una fotografía antes de salir de cuadro). No necesitamos saber que Turín es la ciudad en la que surge el Arte Povera, del cual Cautelan tiene tantas influencias. No hace falta saber que el Po pasa por esa ciudad para simplemente observar una fotografía y preguntarnos ¿por qué diablos se llama Una demencia a Rivara? Hay muchas otras cosas que no necesitamos saber.
¿Qué importa saber qué hizo que Luis Felipe Ortega se levantara de la banca en la que estaba tan cómodamente sentado, al llegar el otro Luis Felipe Ortega y sentarse a su lado? Tal vez su misma presencia se le hizo insoportable que no aguantó. Tal vez no.
Incluso los montajes de David Hockney nos quieren revelar una supresión de
tiempo, donde el principio y el fin se mezclan en un solo instante, a pesar del tiempo que toma el hacerlos. Ahí no reside su importancia narrativa. A  diferencia, por ejemplo, de los trabajos de Etienne Jules-Merey o Edweard J. Muybrige, donde se nos invita a desmembrar  algo que ya estamos viendo o que ya conocemos en su resultado final; son muchos más cercanos a la ciencia y a la disección que a la narrativa.
La pregunta obligatoria, entonces, es ¿cómo diferenciar estas sutilezas? ¿qué desechar y qué no? ¿cuál fotografía es solamente el final y no parte del desarrollo? ¿por qué algunos todavía nos empeñamos en omitir los detalles reveladores? ¿acaso esto es suficiente para sacarnos de dudas? Tal vez la única respuesta posible es seguir con la investigación, poner atención a las claves y, como buen detective, preguntar siempre más. Preguntar más para llegar cada vez a más datos y así poder  construir cada quien el final adecuado. Y  tal vez no llegar nunca a una conclusión, pero seguir avanzando. Y volver a empezar siempre, pero con la certeza de que hay algunos caminos que ya no estamos dispuestos a seguir. O finalizar. O empezar de nuevo….
Siempre una nueva historia.
(Y, finales aparte, yo le hubiera dado unas buenas hostias al pequeño Anakin Skywalker por altanero, un buen  regaño a tiempo…).