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Dos puntos: Laureana Toledo

Luis Felipe Ortega
Laureana Toledo
2002
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Comienzo esta nota robándome uno de los títulos que Laureana ha dejado para una de sus piezas. Dos puntos: como quien va a enumerar algo, como quien soltará una cascada de palabras, como quien no puede recurrir a la síntesis de un sustantivo o un verbo y entonces tiene que enlistar. Quizá de eso y no otra cosa habla este trabajo que se ha reunido a manera de exposición individual, evento que se aprovecha del espacio de la galería para sondear las posibilidades de un murmullo que se va colando en cada una de las piezas y que, al acercarse unas a otras, provocan un ruido, un desorden apretando en cada soporte: pura vulnerabilidad del tiempo.

Punto y aparte.
 Si algo ha obsesionado a Laureana es la necesidad de situar temporalidades, lo ha decidido desde sus investigaciones fotográficas, desde que decidió acumular sus diapositivas de muchos años y, literalmente, tirarlas al piso (Puntos fijos. 1992-2002). No se trata de una pieza escultórica sino de la relación que el espacio tiene con el tiempo, por la forma en que obliga al espectador a desglosarla y hacer su propia cronología, su propia narrativa. Al dejar libertad a las imágenes, en realidad es ella quien vive un proceso de liberación de tiempo. Están ahí, una sobre otra, pero estarán ordenadas siempre de un modo distinto. Preocupada por el orden, Laureana ha irrumpido en una lectura lúdica de sus propios procesos, en juegos que llevan a modos propios de organización sintáctica o que involucran modelos previos (nombres, sonidos, música), de ahí se derivarán repeticiones y fragmentos, de ahí se realizarán pliegues que simulen tonos que son letras que son colores. Nuevamente el desorden, nuevamente la voluntad de disciplinar el discurso y generar rutas a través de los cuales pueden armar narrativas sonoras, juegos de palabras, vocabularios. Primero fue una larga serie de dibujos, ahí se utilizaban cinco colores por vocales (los tres colores primarios más el blanco y negro) y cada consonante era un espacio vacío, los dibujos nombraban de otra manera, aludían a roqueros o traducían poemas. Veíamos colores y leíamos palabras que eran poemas. Otra pieza (Dos, 2000) quiso continuar esta serie y se fue al video y al sonido, ahí podían encontrarse dos modos de traducción, dos formas de averiguar qué diablos era un poema de E. E. Cummings a través de una sustitución de sus elementos, como si no fuera posible lograrlo con el color (como quien va de un idioma a otro) ella lo despliega en colaboración con un músico y se vuelve una doble traducción.
Su afán por las retículas y los colores no son otra cosa que trampas, alusiones poéticas donde la metáfora siempre pide su presencia. Como si esto fuese aquello, como si los colores que se han decidido para una plataforma-disco no estuvieran ordenas por patrones bien establecidos, por formas que han de repetirse para decir algo que no necesariamente es un enunciado narrativo. Algo esta sucediendo ahí y es la equivalencia del sonido al color (Dada, 2002), algo esta sucediendo y es la presencia de lo que no se ve (Quadrophonia, los Who a la tornamesa. Otra vez la trampa del valle, otra vez los brincoteos del tiempo que se despliegan por el espacio. Desde hace algunos años Laureana quería dejar en claro que estaba buscando aproximar las cosas que le interesaban y que se habían mantenido dispersas: tanto la música como la pintura, tanta los estados de ánimo como los constantes traslados de casa, tanta el reposo como el caos. Creo que son elementos que se han articulado y que se dimensionan en cada una de sus piezas recientes. Un ejemplo es la obra que da título a este texto: un cuarto rojo con una proyección roja del mar con un parpadeo de fotografías personales. Sería demasiado fácil decir que se trata de una instalación que sintetiza, que hace del reposo un ruidero. Se trata de otra cosa, se trata de buscar en el ruido una forma del silencio. Ella no reposa, sus obras no son un reposo al movimiento, son una forma de mantener en circulación aquello que somos, aquello que fuimos. Se propone incluir cada una de esta pasiones y las deja que circulen hasta engranarse, hasta armar una continuidad de algo que en principio estaba separado; pintura & fotografía, música & lenguaje escrito, memoria personal & video. En cada par se suma, se apuesta a que pueden acercarse y decirse cosas, que pueden reunirse y generar un sentido que ya no le pertenece a ninguno. No es gratuito que en su afán por registrar ciertos espacios de su casa o de un concierto o del domo de un mall, Laurena amplíe las fotografías a grandes formatos y decida hacer una sola copia de la misma.

Terminada la posibilidad de su reproducción, la fotografía sigue siendo fotografía pero también es otra cosa, señala su posibilidad pictórica, su unicidad. Puntos suspensivos… 
Más allá, al fondo de la discusión que puede generar el movimiento de cada obra, más allá de los dos puntos, de la enumeración constante, Laureana ha realizado una investigación donde el tiempo se acumula y se despliega en el espacio… entonces parece que el tiempo se queda quieto, que hay reposo, que el murmullo vuelve después de los parpadeos de luz, de color, de sombras. Seguimos haciendo metáforas, ni hablar.

Luis Felipe Ortega

Nueva York, agosto, 2002.