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Delirio y verdad: María José Sesma

Luis Felipe Ortega
La Tempestad
Octubre, 2020
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La posibilidad de generar una imagen implica siempre un conjunto de paradojas y contradicciones, una serie de luchas donde algo se quiebra y algo se pone de pie. Se trata, quizá, de la instauración compleja y contradictoria de hacer de la mirada una herramienta que disecciona tiempos, espacios, cuerpos y zonas frágiles de uno mismo. La imagen como espacio de exploración, lugar de develación y ocultamiento, de desocultamiento también. Espacio habitable, espacio físico y espacio mental. Zona de batalla para desarticular el sentido, para abrir huecos y resquicios en tanto lugar de potencialidades. Las imágenes como cosas-tiempo, como mapas transfigurados, trayectos en diversas direcciones, rutas, pliegues en profundidad.

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Siempre me he preguntado qué hace exactamente María José Sesma. La respuesta inmediata no tendría problema: es fotógrafa. Quizá desde ahí nacen varias preguntas: ¿Qué es hacer fotografía hoy? ¿Qué es hacer una imagen fotográfica hoy? Estas preguntas, con relación al trabajo de Sesma, no conducen al problema de la inmediatez de la fabricación de imágenes y su urgente e inmediata circulación, sino que tiene que ver con la historia misma del medio, sus giros críticos y la posibilidad de suspender el acontecimiento fotográfico. Tengo la impresión de que el sesgo crítico social que han dejado ver sus imágenes (y que se concretaron por primera vez en su libro Todo en orden, de 2015) en realidad giraba en torno al problema de la producción de imágenes como marco de producción de distancia, un vehículo que permite alejarse para poder mirar, es decir, mirarse. Un juego de espejos que la máquina fotográfica hace (mecánicamente) y que Sesma aprovecha para hacer hincapié en la distancia entre ella (su cuerpo) y las cosas que retrata, las cosas que marcan una manera de estar en el mundo y que pueden dejar de ser las mismas a partir de que hay un límite (conceptual): en la medida en que se tornan en “espera”. Las casas, los muebles, los objetos e, incluso, las personas retratadas ahí parece que esperan y a la vez no sabemos qué es lo que esperan. Por eso me he preguntado más de una vez qué es lo que hace exactamente Sesma con los registros, imágenes, archivos y palabras que dan forma a su obra.

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María José Sesma escribe, su escritura es breve. En sus libros la brevedad del texto podría entenderse –o leerse– como una guía, como una pauta entre imagen e imagen. Los textos no son protagónicos visualmente. No quieren volverse imagen. Son sentencias que van bordeando la memoria. Anécdotas que se recargan en sí mismas. Nuevamente: parece que lo más significativo no es el texto ni la anécdota sino la posibilidad de generar un espacio “entre” una imagen y otra, ralentizar el trayecto, el recorrido por todo lo que se cuenta de una vida en familia, de una vida donde las formas de disciplina y control van marcando el sentido de los días. Esos espacios “entre” y, desde luego, los textos, darán cuenta de ese mecanismo familiar y social, de esa manera de ir marcando pautas para estar y entender la necesidad del orden, un orden prístino –con toda la carga moral que ya tiene esta palabra.

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Delusion is a Lie that Tells the Truth es el título del proyecto más reciente de María José Sesma. Es un libro y es un espacio habitado de una manera que genera mucha extrañeza (algo que hoy es muy difícil encontrar en el arte contemporáneo). Es extraño porque hay que hacer varios recorridos antes de intentar saber qué está pasando ahí. Desde luego que se intuye más o menos pronto la intención visual, la puesta en acción de la imagen (pobre) impresa en risografía, la apropiación de imágenes y la inserción de páginas negras que operan como pesos visuales pero también como ruido. Si tuviera que ordenar la materia prima que conforma este tejido, este relato, tendría que nombrar a las cuatro niñas que sufrieron apariciones de la virgen María en 1961 en un pequeño poblado de España conocido como San Sebastián de Garabandal. Eso por un lado, y por otro una serie heterogénea de insectos y paisajes. Como ya había sucedido en proyectos anteriores, los textos vuelven a ser parte de este proceso, incidiendo muy brevemente en algunas páginas, sobre los negros que pierden solidez. Como un juego de memoria (aquellos días de infancia en que su madre la hacía ver este documental una y otra vez), así como la investigación de parásitos haciéndose de insectos en los que pueden controlar, químicamente, su comportamiento y sus acciones para habitarlos, para servirse, de un modo u otro, de ellos. Haciendo relaciones que en principio suenan arbitrarias, Sesma va de un acontecimiento a otro para dejar ver cómo se aproxima al objetivo de este entramado: ubicar la condicionante del miedo como forma de control.

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En una página podemos leer: Spider builds a stronger web for the parasitic wasp that is suck its blood.

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En otra página: Parasite turn wasp into outsider zombie queens.

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Imágenes de cientos de personas peregrinando a Garabandal para presenciar los trances, anunciados previamente, bajo los cuales estas pequeñas adolescentes tendrían las apariciones de la virgen. Ese pequeño pueblo se inunda de gente que llega de todas partes, mucho ruido y todos pidiendo una prueba de la revelación. Se filma todo. Se registra todo. El documental, que tantas veces presenció Sesma, parece de otra época y, sin embargo, tiene todo que ver con nuestro presente, ese presente que, me parece, funda esta extraña relación que se narra en la pieza. En efecto tiene que ver con una memoria personal, con la ideología religiosa que opera como mecanismo de control dentro de una familia de clase media del norte de México. Pero, y dejando eso atrás, me parece que este proyecto pone la mirada sobre otra cosa y arma un andamiaje singular: no será vía la simple denuncia (y el arte usado como herramienta de denuncia) sino vía la extrañeza que implica el acto de creación la ruta que dará sentido a la manera en que Sesma puede ensamblar y puede, vía una clara renuncia al sentido literal de las cosas, construir otras maneras de narrar la noción contemporánea de control.

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Es precisamente ahí, en su crítica a ciertas formas de control, donde este proyecto cobra una relevancia radical. Se parte de la experiencia personal pero pronto se traspasa esa experiencia, se habla desde ahí y se elabora un punto de vista. Luego tenemos un reposicionamiento político. A una forma de control se responde con líneas de fuga, cortes, fragmentos y palabras que abren campos de indefinición, trayectos aleatorios que funcionan como ámbitos propios, como aquellos que pierden su condición de información y escapan hacia otras esferas de la vida: otro tiempos y otros espacios posibles.

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Si algo puede caracterizar la condición del presente en tanto espacio de resistencia, este tendrá que ver con las maneras de desnaturalizar ciertas formas de control. En este proyecto María José Sesma insiste en ir contra el miedo, hace migrar a las imágenes de la condición que las volvía presas de un contenido y les asigna otro sentido al tiempo que las libera. Así, liberar a las imágenes que se han producido bajo cierto aparato ideológico o científico permite abrir y multiplicar los sentidos que debe guardar toda imagen en nuestro tiempo. La tarea implica un número enorme de giros narrativos y demanda abrir el espacio de lo que no se dice, de lo que está en el pliegue del libro, de lo que se asume como imposible de nombrar. Me parece que Sesma coloca la mirada sobre ese ámbito, y trabaja también desde el terreno de la impermanencia, de la desaparición. Su atención se va separando de las imágenes y comienza a operar “entre” ellas, en su pliegue. Al abrirlo, al desplegarlo, al hacer de la imagen en movimiento un still tenemos que el contenido se ha vuelto contra sí mismo: ha dejado ver que el ángel ya había partido desde antes de su producción documental, que ya estábamos solos –que estamos solos y que estamos bien así.