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Comentar, decir… balbuceos del pensamiento

Luis Felipe Ortega
Tierra Adentro
Diciembre 2010 - marzo 2011
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Desde su historia, las artes plásticas y visuales de nuestro país han vivido desde el acompañamiento de la crítica. Digamos que aquél que reflexiona en torno a la producción de ciertas imágenes u objetos ha sido un buen compañero de viaje para los artistas. Los matices han sido muchos y de naturaleza muy distintas, a veces (o en el mejor de los casos), como alguien que produce un discurso paralelo a la obra. Tenemos ensayos fundamentales referentes al arte de las últimas décadas que han surgido de nuestros pensadores, en una especulación poética que muchas veces que se trenza con los posicionamientos estéticos y políticos de los artistas. Cuando la obra hace huecos y genera dislocamientos duros, entonces tenemos excelentes momentos de tensión donde el comentario generalmente es de escepticismo, generando una distancia natural tanto de los espectadores (neófitos y no) y la crítica no se queda a salvo pues esa nueva producción no embona con los parámetros previos que se han marcado para leer esto o aquello.

Sin embargo, desde hace muchos años a nuestra crítica le dio por abandonar el camino de la inteligencia, el rumbo de la discusión, de la argumentación y de la textualidad como espacio constructivo donde el ensayo es una puesta en riesgo, un lugar donde no hay nada que comprobar o afirmar definitivamente; desde los ámbitos académicos la investigación se anquilosa en las catacumbas del pasado y ni siquiera la investigación documental está sustentada en procesos finos para datar lo que fue cierta producción. El ejercicio de metodologías rancias aplicada a procesos contemporáneos no es la excepción: se trabaja por cortes temporales, por motivos, por temáticas, por soportes y ni siquiera se enlistan en corrientes que a la distancia son una de las tradiciones más importantes, digamos que prefieren la semiótica y dejan la hermenéutica, toman la ruta de las utopistas de cuota y abandonan el chance de perderse en la búsqueda de nuevas trazas y brechas de un pensamiento que está aun por hacerse, que se hace en la práctica del comentario complejo y no en la afirmación fácil.

Creo que vivimos un momento particularmente vivo y heterogéneo en la producción visual. Un momento que se ha construido lentamente, que tiene sus relevos históricos, sus desplazamientos, sus asociaciones y separaciones radicales en cuanto a modos de entender y proceder en las acciones que dan como resultado una obra. Este momento (como consecuencia de muchos otros momentos) se vive y se discute desde el interior de la obra, sus enunciados se desplazan y viven generando tensiones y distensiones internas que abren canales de diálogo y crítica hacia otros procesos, hacia otros modos de hacer, hacia otras concepciones de la tarea de una obra en términos líricos o términos formales o términos conceptuales o todos a la vez. Actualmente las obras se brincan parcelas entre soportes y lenguajes, se pervierten mecanismos internos y externos, se hacen apropiaciones que son plagios, se hacen plagios que son antropofagia o se recurre al cinismo y el humor para dar paso a la liberación de recursos canónicos, de medios puestos en el refrigerador de la historia. Aun hoy, recorrida la primera década de este siglo, no es extraño encontrarnos  con crónicas (ni crítica ni análisis, ni poética ni política) que al no entender el acontecimiento visual siguen apelando al truco fácil del descrédito, del escandalito y de la nota rencorosa. A falta de ideas se regresan a la tradicional defensa “de la sublime belleza de la pintura”.

Quizá nunca habíamos vivido un momento tan rico en cuanto a modos de producción visual, se lo debemos en parte a la velocidad de la información y la maleabilidad del pensamiento, a esa capacidad para recurrir a cruces de saberes y seguir con las mismas obsesiones que terminan transformando los resultados y provocando nuevas preguntas. La salud de la producción es muy buena y la orfandad de los comentarios críticos es muy clara.  Cine, video, sonido, tecnología, acciones, poesía, escultura, instalación, cuerpo, palabra, ruido y silencio se amasan en el pensamiento del artista, dejan ver que se ha moldeado (y seguirá moldeando) de manera fresca a apropósito de lo que vemos y vivimos actualmente: un momento donde la obra se ha ganado el lugar de no ser un agente extraño a todas las cosas que nos tocan física y mentalmente. La crítica estaría en el mejor momento de apostar, como los propios artistas, a correr el riesgo de ensamblar sus reflexiones a este tiempo desde donde hay que leer lo que somos desde lo que hacemos.

Algunas semanas atrás -en una charla pública- decía que es importante reconsiderar el comentario como herramienta clave de diálogo y discusión, como instrumento para generar distintos niveles de acercamiento a la obra. No la frase lapidaría sino el balbuceo sería un buen acompañamiento en este momento donde el silencio de nuestra inteligencia es demasiado pesado; hay que volver a ensayar  el decir algo, aun cuando sabemos que lo que se dice no es lo fundamental sino el recorrido que se ha hecho para intentar decir algo. Por lo menos existirá la posibilidad de generar la seducción del otro desde el ese lugar hermoso que es el caos. Igualito a un mismo. Igualito a las ideas.