EN
<

Sobre Naked Lunch

Luis Felipe Ortega
Dominical, No 164
11 de julio, 1993
Compartir

CINE

Con Naked Lunch el director David Cronenberg expande las fronteras de lo filmable y rinde homenaje a la vida y obra de William S.Burroughs -verdadero ícono cultural-, quien alteró el curso de la literatura

de posguerra y abrió las puertas a la sociedad posmoderna en que vivimos.

PALABRAS DE BURROUGHS,

IMÁGENES DE CRONENBERG

POR LUIS FELIPE ORTEGA


Yo soy sólo un agente

secreto de otro planeta y

el problema es que no sé

por qué me enviaron, he

olvidado el maldito mensaje…

William S. Burroughs

Cuando hablamos de la obra de algún escritor (y este es el caso de William S. Burroughs), comenzamos desde el punto que es en realidad el inicio de varios caminos: la comparamos con la obra de otros autores, hacemos su historia, recortamos y tomamos en préstamo algunos párrafos, hacemos preguntas.  Nada de esto, sin embargo, nos da en realidad la escritura.  Tendríamos que hablar, si es necesario, de historias paralelas, del orden de dos escrituras que no se siegan.
Empiezo de este modo no para continuar hablando de la crítica sino del comentario.  De qué se trata, ¿de evitar determinadas reglas que cada cierto tiempo se establecen para hablar de algo o para hablar dentro del discurso “contemporáneo”?.  Y si esto fuera así, ¿de qué nos sirve continuar emplazando el comentario de la escritura?.  Aunque la distancia con la escritura de Burroughs quedó establecida desde el momento en que comencé a escribir (e incluso, en el momento de la lectura), en realidad se trata de iniciar con un comentario al proceso de escritura, piedra de toque en el trabajo de William S. Burroughs, y con el comentario de David Cronenberg elabora en su cinta titulada Naked Lunch (Almuerzo desnudo, 1992), un comentario sobre la vida y obra de William S. Burroughs.

Palabras de William S. Burroughs

La palabra es irreversible, dice Roland Barthes. Burroughs lo sabe y ha tomado esa irreversibilidad de las palabras como medio óptimo para sacudirlas, para acceder a sus esferas dóciles y arrancar, si es posible, algunos elementos que las componen.  Sabe que las palabras no son infinitas, pero en la búsqueda de su finitud, se pueden volver invisibles.  La palabra adicción es una palabra clave porque Burroughs  ha constituido un sistema completo de adicción a las palabras. ¿Y no es acaso, una adicción permanente en todo escritor?.  La diferencia con William  S. Burroughs  es que sus palabras están destinadas al desmoronamiento, a  su desaparición.  “Las palabras ya están ahí”.  Eso lo sabe un niño de primaria que se esfuerza (y mejor si este esfuerzo es con pucheros) por hacerlas aparecer.  A lo largo de todos sus escritos (¿habría que llamarlas novelas, relatos, fragmentos, textos?), William S. Burroughs se ha esforzado por darnos a conocer su sistema de interpretación de la realidad, por poner en claro cómo acontece la escritura: remarca, retrocede a continuación de cada frase, niega, accede infinitamente de un espacio a otro con puntos suspensivos… ¿qué es exactamente lo que nos explica? El reconocimiento de las palabras antes de su expansión: no de su inexistencia sino de su involucramiento hacia otro sentido muy específico.  “Me ocupo de la manipulación precisa de la palabra y de la imagen para crear una acción; no para salir a comprar una coca-cola, sino para crear una modificación de la conciencia del lector”, dice Burroughs en alguna parte.  De modo que imagen y palabra cumplen con una tarea designada a priori.  ¿Cómo puede cumplirla el lector? ¿No resulta demasiado vago el intento de poner al lector ante una exigencia”? ¿Qué se exige el escritor?  O más concretamente: ¿qué se exige William S. Burroughs si apenas ha señalado alguna palabra y ya está escapando hacia otro espacio?

Continuamente se ha hablado de la escritura de Burroughs como una escritura que exige “algo así como una mutación psíquica por parte del lector”  (Antonin Rato).  Aseveración, por cierto, bastante cierta para dejarla solamente al lado de este escritor, pero pertinente  si queremos  anunciar una escritura que rompe con demasiados de los esteoreotipos narrativos contemporáneos.  Burroughs no es el escritor de “gran imaginación” o de “imaginación desbordante”, que más bien parece un requisito para hablar de otros escritores. Por el contrario, los diferentes procesos que intervienen en su escritura denuncian esta imaginación dominguera.  Burroughs no es el inventor de realidades porque ha conocido el infierno, porque permaneció en él durante más de 15 años, porque su lucha con el enemigo es a muerte.  La enfermedad (como él ha llamado a su periodo de adicción a las drogas), le ha llevado a demasiados extremos como para seguir desbordando su imaginación.  Enfermedad y escritura, dos medios donde Burroughs ha luchado a muerte.  “Desperté de la Enfermedad a los 45 años, sereno y cuerdo, y en discreto estado de salud, salvo cierta debilidad hepática y la sensación de que la carne que cubre los huesos ha sido tomada en préstamo, aspecto común a los que sobreviven a la Enfermedad…”.  Con estas palabras empieza Burroughs la introducción a su novela Naked Lunch.

Imágenes de Cronenberg

Cronenberg decidió darle a su película el mismo nombre que una de las novelas de Burroughs: Naked Lunch.  Y esto sin duda trae varios malentendidos.  Más que una película que haga una interpretación de esta novela, es una cinta que se ocupa del proceso de escritura y de la vida de William S: Burroughs.  Naked Lunch sufre una metamorfosis en manos de Cronenberg (sería difícil hablar de un “apropiamiento”): conjuga los elementos más participativos en la obra del escritor, y de esta novela, toma solamente algunos aspectos que transforma  en imágenes de una manera demasiado próxima a lo que Burroughs describe.  En su última cinta Cronenberg (Scanners, 1980; Vifrodrame, 1982; The Fly, 1986) toma la máquina de escribir como metáfora de la vida de Burrouhgs.  La máquina es el centro de los acontecimientos, aquello que le permite un desplazamiento entre textos y una entrada y salida constantes a la vida del escritor.
Cronenberg sabe que Burroughs siempre ha estado contra la máquina, una máquina que es de muchas formas el vínculo con los otros, con la realidad y con el pensamiento.  El escritor está atrapado en la máquina, Burroughs pierde su condición humana.  Y desde luego él no está preocupado por conservarla:  ¿Cómo habría de estarlo cuando se enroló en las drogas por más  de 15 años?, pero la máquina (orgánica en este caso), en su conecte y la conserva a sabiendas de que la máquina se come al escritor.  En Naked Lunch (la novela), las referencias a la realidad son extensas.  En este cúmulo de notas que el escritor tomó durante su Enfermedad (en esta escritura “automática”), encontramos la vida del adicto, de los “alcahuetes”, de los “maricas”, de los vendedores de droga, de la policía y de los departamentos de salubridad.  Sin embargo, de esta realidad se cuida Burroughs.  Y en la película de Cronenberg, realizada en 1992, la metáfora se hace a partir del adicto.  Es decir, lo real desaparece pero solamente cuando la referencia es a Naked Lunch y no cuando introduce al personaje en otros relatos.  ¿Cómo hablar de Burroughs –o de William Lee, nombre del personaje-  sin referirse al asesinato de su esposa Joan en México?  En este caso, si se trata de la referencia literaria vemos que no es a Naked Lunch sino a Queer.  Desde luego, resultaría difícil hablar del proceso de escritura en Burroughs sin la referencia al asesinato de Joan.  El mismo Burrouhgs escribió en su prólogo a Queer: “Me veo obligado a aceptar la aterradora conclusión de que nunca habría llegado a ser escritor si no hubiera sido por la muerte de Joan, y por la conciencia de cómo este acontecimiento ha motivado y ha transformado mi escritura.  Vivo con la amenaza constante de ser poseído y con la obstinada necesidad de escapar de ello, del control.  La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, con el espíritu maligno y me condujo a una eterna lucha en la que no he tenido otra alternativa que la de mi propio escape”.  Como sabemos, Burroughs jugaba con Joan en su habitación de la ciudad de México y disparó mientras intentaba una acción estilo Guillermo Tell; Joan sostenía un vaso en su cabeza y la bala chocó directamente con su frente.

Si bien no podemos hablar de un “salto a la pantalla”, de conservar la literatura (¿qué película ha logrado o ha  buscado esta permanencia?), los recursos de Cronenberg son demasiado próximos a Burroughs: máquinas de escribir que son escarabajos hablando por una especie de esfínter, figuras deformes  con falos que salen de sus cabezas, mujeres que se arrancan la piel para convertirse en hombres; una serie de recursos que hacen alusión a los aspectos sexuales que Burroughs emprende en todos sus trabajos, una ecuación donde las drogas y el sexo han pasado a constituir sus principales elementos.  ¿Se trata del “enemigo”?  Es posible, pero Burroughs se ha mantenido siempre en la línea, en esta interzona que por primera vez aparece en Naked Lunch (la novela) y sigue en otros escritos como Nova Express.  No se trata de una posición de lugar sino de un estado donde las cosas se ofrecen directamente al pensamiento.  Podríamos decir que William Lee (o William S. Burroughs) no exige nada al exterior, que está aislado hasta donde él mismo se puede procurar un mundo, o por lo menos una zona del mundo.  La presencia en la película de algunos integrantes de la Beat Generation (Kerouac y Ginsberg), acentúa aún más  este escape.  O por lo menos queda delimitado un universo: entre él y los otros hay unas arterias que siempre están a punto de quebrarse.  Como consecuencia de este desprendimiento, el escritor está ocupado en mantenerse a flote y, si es necesario, en dejar de responder a la máquina.

Y si tuvieras que escapar ¿cuál sería tu camino?

En la película de Bertolucci The Shelterring Sky (Refugio para el amor), los personajes –aquí, de la novela de Paul Bowles-  llegan a un punto donde regresar ya no es posible.  Tanto Bowles como Burroughs siempre tratan de colocar la situación en condiciones extremas, pero por vías expuestas.  Tanto en la cinta de Cronenberg como en la de Bertolucci se juntan los escenarios (Nueva York, Tánger), la miseria interior de los personajes y su inevitable derrumbamiento.  En Refugio para el amor, la muerte de Port obliga a Kit a escapar hacia un destino en cada momento para alejarla más de ella misma, quedando en manos de seres extraños.  En Naked Lunch, Lee dispara a Joan y ya sabemos las consecuencias del juego.  Aunque la relación no deja de ser arbitraria (tanto por los elementos narrativos de cada director como por los recursos  técnicos y los efectos especiales de Cronenberg, que llevan la historia hacia otro sitio), algo nos hace pensar en un acercamiento: el aire que sostiene a Bowles y a Burroughs viene cargado siempre de sustancias mortales.  No es extraño, además, que Cronenberg haya decidido darle su lugar a Bowles en Naked Lunch, no porque sea un personaje de la novela, sino porque ha sido alguien que, aún sin pertenecer a la Beat Generation, siempre se mantuvo en el camino.
(No sabemos si algún día alguien se decida a traer a México la cinta de Cronenberg.  No sabemos si Naked Lunch llegará por el mercado pirata de los videos.  Tal vez ocurra lo mismo que con  Henry: Portrait of a Serial Killer (John McNauhton, 1986), que aún dentro del mercado pirata es inconseguible.  Si alguna vez tenemos noticias, no tardaremos en pasar la voz).