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Modelo urbano en seis fragmentos

Luis Felipe Ortega
La Jornada Semanal, No. 96
14 de abril, 1991
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Varios autores, Amor de la calle, Crónicas, Tintas Editores S.C., México, 1990.

La insípida ingenuidad con que el poeta alcohólico de la esquina de los hombre solos arremete constantemente en sus andanzas citadinas, y los nunca comenzados poemas contra la burguesía (donde sus versos favoritos son “oh rosa, eres bella, linda y olorosa”), hacen del poeta Julio Bello Galán un personaje que invita a pensar en la crónica como el mejor medio para la anécdota, la repetición y el desgano.
Socorrida por el periodismo, la crónica ha ocupado un lugar importante en nuestra literatura desde hace un buen tiempo y no pocos poetas la han hecho valiosa por su calidad.  Es así, que se podría elaborar una historia de la ciudad desde este género (¿), entrejida con los materiales más diversos y en saludable estado.
De la denuncia socioantropológica al mero regocijo de quien descubre bonitos personajes en “Nezayork”, el ritus buenaonda de las niñas que pasean por Perisur y las desmadrosas asistencias al primer cuadro de la ciudad, la crónica quiere dar cuenta del paisaje urbano, sus habitantes y el modo en que ésta se transforma constantemente.
Como en un tendero de vecindad, la reunión de espacios callejeros produce en los escritores una diversidad y regular asistencia a lugares comunes; las cantinas en quincena (y viernes), cabaretes y cafés que sólo abandonan para entrar al Metro, el camión, y la nostalgia que cuando esto no era así. A esos lugares comunes que, como buenos parroquianos, regenteamos a diario.
Y si la crónica quiere dar el tamaño de las cosas, donde la relación literaria permite que el lector se mire ahí, por donde ha pasado, también se vuelve medio para que los escritores periodistas jueguen constantemente con sus obsesiones personales, para sacudirse la literatura y hacer pasar por sus relatos-crónicas la figurita tibia que en los mismos sitios ve siempre lo mismo, y en este años de la calle no es extraño caminar por esas aceras.
En el Amor de la calle se han reunido seis escritores de los cincuenta, todos ellos han incursionado por la poesía (a excepción de Trejo Fuentes), y desde luego en el periodismo:  José Francisco Conde O., Sergio Monsalvo, Víctor M. Navarro, Vicente Quirarte, Iganacio Trejo Fuentes y Arturo Trejo Villafuerte.  Aquí perece que a diferencia de otros cronistas, se pretende un alejamiento con la crónica-ensayo para dar paso a relatosligeros, con la brevedad que la prensa lo requiere.  La búsqueda está más en el lenguaje (como en Navarro, quien lejos de lo sociológico, hace una denuncia del agandalle policiaco y recrea el barrio-honda con frescura); las atmósferas y personajes en muchos momentos se mantiene al mismo nivel, creando un tedio sistemático por varias páginas.  A excepción de Quirarte, quien ha elaborado con acierto una crónica de los sesenta y setenta y entra, también en una crónica de la crónica, el resto prefiere un paisaje nostálgico-contemporáneo o una “descarnada descripción de instantes dramáticos, trágicos o curiosos”, como señala Bruno Blanco en su apresurada presentación.  Para mí los trabajos que merecen mayor atención son los de Sergio Monsalvo, Navarro y Villafuerte.  Estos escritores tienen una visión desparpajada de la ciudad, la pueden hablar entre cuadros transitados cotidianamente, los personajes caminan por las banquetas y no sobre falsos paisajes, Trejo Fuentes prefiere una estructura limpia y se aproxima siempre al cuento, algunos con final sorpresivo.
Este libro, que no tiene pretensiones antológicas, está lleno de relatos prescindibles, pero entre los relatos de los escritores ya mencionados merecen atención los que integran “Calles de fuego”, crónicas que no se detienen en el “mexican curious” como mostrando en un aparador esos rinconcitos para el desmadre y el fin de fiesta entre familia.