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Luis Felipe Ortega: Campo de acción

Magali Arriola
Poliéster No. 18
Primavera, 1997
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Detrás de la obra de Luis Felipe Ortega parece perfilarse una inquietud: cómo remediar el sentimiento del absurdo frente al transcurrir de nuestras vidas. Las instalaciones que el artista presenta en las cuatro salas de Art&Idea señalan y sugieren direcciones múltiples, y generan una tensión entre el aquí y el ahora, y el desplazamiento inmediato que supone el paso del tiempo. Antes que orientar el espectador en el espacio, las piezas demuestran el deseo permanente de ubicarse en el “Campo de acción” al que se refiere el título de la exposición, ejerciendo un control sobre el entorno a través de la mirada. (“Usted está aquí” asevera puntualmente una inscripción dentro de un círculo rojo que se dibuja sobre el piso y, sin embargo, basta con mover un pie para perder de vista toda referencia.)
El pequeño recorrido que propone Ortega se inicia con Cosas de olvido y lugares de paso, una banca de madera situada al centro de la sal desde la cual, eventualmente, se podría percibir el espacio circundante. Las palabras rotuladas sobre los muros describen un paseo imaginario por algún lugar abstracto, y su lectura nos obliga a adoptar un papel activo ante la  obras. Sin embargo, dichos textos nos conducen, en un movimiento giratorio, al punto de partida que representa la primera de las frases: “Se puede caminar en sentido contrario sin alterar la condición de las cosas”: Ortega insinúa la imposibilidad de aprehender, mediante una mirada subjetiva, la esencia inamovible  del espacio. En Algunos artículos para incrementar las posibilidades del odio, el artista juega nuevamente con las fuerzas encontradas de un flujo de palabras, en primera instancia inconexas, y la posición estática del espectador. Semejantes a los panales de señalamientos, estos pequeños marcos rojos con un pictograma en su centro no ofrecen indicación alguna a quien se detenga frente a ellos. Transcriben sobre la superficie el deambular del pensamiento cuyo significado sólo se insinúa de manera fragmentaria: “buscar una lógica no funciona volver a sentarse a caminar de un lado a otro tropezar como pasar las cosas”: En habilitando el espacio (para qué, se preguntaría cualquiera en este punto del recorrido) nos detenemos frente a un monitor cuyo marco encierra algún andén del metro de la ciudad. La cámara fija se vale del artificio de la perspectiva monocular –una estrategia ingeniada a la medida del hombre para ejercer un control racional sobre el entorno- para trazar dos líneas paralelas (en este caso las vías en cada lado del andén) que convergen hacia el curioso punto de fuga en el que habrían de encontrarse los rieles. Entre metros y pasajeros, un personaje  sentado lee toma café; después de unos minutos decide inexplicablemente subirse a uno de los trenes que se  dirige hacia el fondo de la imagen. En la siguiente sala, otro monitor presenta intersección. Esta vez, el ojo inquieto de la lente pretende capturar los múltiples  puntos de vista que ofrece un tren en movimiento. Los encuentros y desencuentros de los rieles asumen la vana iniciativa que en la obra anterior pretendía contener el mundo dentro del marco inmóvil del monitor. Ambas piezas desembocan en la Evaluación de los desplazamientos, un acrílico perforado cuyos fragmentos faltantes se encuentran colocados sobre los muros laterales y sirven de soporte a una serie de fotografías que, repitiendo el formato circular del ojo de la cámara, reproducen algunas imágenes de los videos. La obra despierta la mirada voyeurista que quiere saberlo todo, y el deseo de ubicuidad que, esquizofrénicamente, prometen los medios de comunicación. Al detener el tiempo y confrontar la imagen en movimiento de su contraparte estática, esta obra hace manifiesta la ineptitud de la mirada para alcanzar el conocimiento. Los resultados de dicha evaluación se encuentran plasmados en una de las últimas piezas. La distancia necesaria. El fotomontaje en blanco y negro muestra el preciso instante en el que un Luis Felipe está apunto de sentarse en una banca mientras que otro Luis Felipe se levanta para irse nos remite al desencuentro –en este caso con uno mismo- y resume el planteamiento de toda la exposición. La inercia que se infiltra en este “Campo de acción” cuestiona los mecanismos artísticos y sus canales de comunicación.