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Ejercicios del no-lugar

Columna: El Ojo Breve
Cuauhtémoc Medina
Reforma, Cultura
31 de mayo, 2000
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Luis Felipe Ortega, Silvana Agostoni, Verena Grima y Yishai Jusidman.

Centro de la Imagen, Plaza de la Ciudadela 2,
Centro Histórico. Mayo-julio 2000.
Museo de Monterrey +. 28 de mayo del 2000.

ACUMULADOS EN UNA PILA SOBRE EL SUELO, LUIS Felipe Ortega exhibe cientos de carteles con la imagen de una costa sobre los que proyecta un texto: “Las palabras sólo vienen cuando pienso que ya no seré capaz de encontrarlas”. Uno toma el póster de la pila en el suelo queriendo atesorar la intensidad melancólica de la frase, pero las palabras se desprenden para reposar tercamente en el póster que sigue. Esta edición de un horizonte sin atributos –Des(ubicación) (2000) – retoma la contemplación postromántica del paisaje para transmitir un estado de inteligencia crepuscular, deudor de la tradición intelectualista de la literatura de Borges, Calvino o Beckett.

De hecho, Ortega presenta un libro de artista titulado Seis ensayos… a propósito de Calvino (2000), que combina fotografías de situaciones elementales con notas acerca de la tensión entre silencio, pensamiento, movimiento y voluntad. Las ideas sugieren una reticencia apenas vencida por la sencillez. Ortega ahonda en la escenificación de algo que podríamos llamar un nihilismo de la contemplación en una serie de maquetas. Un personaje minúsculo observa la lontananza ante un diorama; en otro caso el artista ha creado una trampa de caricatura (una caja sostenida apenas por un palillo) dentro de la cual hay una pintura, como para ilustrarla, forma en que la expectativa común del arte corriente es hoy una carnada con la cual el artista atrapa al espectador en el no-lugar de las producciones contemporáneas. Finalmente, en una pieza que combina su pequeñez física y lo enorme de sus resonancias intelectuales (Diez formas de olvidar a Gilles Deleuze, 2000) una pequeña figura de plomo cruza una hilera de columnillas hechas por pequeños cantos rodados. ¿Hasta qué punto Ortega conoce la práctica pseudo-Zen de apilar piedras de río para alcanzar una meditación sobre la nada? Estas “esculturas” innombrables parecen sugerir una emigración fuera del universo de desplazamientos, fragmentos y topologías del filósofo de la nomadología.

Las piezas de Ortega encierran siempre discretas referencias librescas, vinculadas con el espacio melancólico que caracteriza la reflexión contemporánea. El resultado jamás es la afirmación de la cita, sino una modesta poética de la descreencia. En un tríptico hecho en video, el artista camina sobre una cuerda floja situada convenientemente a unos 30 centímetros del suelo, como cruzando entre una escena del paso desagua y una vista de una carretera. Veo la obra y pienso en cómo el acto elemental del performance (la “tontería activa” diría Tristan Tzara se ha convertido en nuestro refugio ante la sensación de pérdida de sentido. Una parte del interés por las heterotopías de Foucault y llega a un no-lugar que ya no es posible identificar con México.
Esta corrosiva parquedad hace ver al resto de los expositores en el Centro de la Imagen más dogmáticos de lo que debieran. Silvana Agostini presenta una serie de macrofotografías de fragmentos del cuerpo que en los mejores casos sugieren galaxias o nebulosas. Cosa común, Agostoni no puede evitar mostrar una serie de imágenes “formalmente” muy logradas en lugar de  constreñirse al mínimo de obras conceptualmente imprescindibles. Los videos de Verena Grima dramatizan espacios claustrofóbicos (un sanatorio y la casa abandonada por emigrantes)  en composiciones de imágenes simétricas. Grima cae con frecuencia en un simbolismo ilustrado que a muchos parecerá anclado en los años 80. Finalmente, Mutatis Mutandis de Yishai Jusidman presenta dos series autoanalíticas sobre sus obras pictóricas más recientes. Jusidman presenta una serie de impresiones digitales  donde sobre pone los cuadros de Bajo Tratamiento con las fotografías que les sirvieron de modelos y en instalaciones hechas con tapices, descompone los elementos de varios de los cuadros de esa misma serie o de Sumo. Todo es académicamente muy interesante, pero las piezas no son suficientemente convincentes poéticamente.

DOBLEZ….

Mataron al Museo de Monterrey. El patrocinador (el corporativo Femsa) pretender hacer creer se ocupará de otras actividades “filantrópicas”.

Esa óptica es el problema. Construir museos no es un acto de caridad: permite evadir impuestos, utilizar el prestigio ajeno, canalizar la disidencia de la cultura. Cerrar el Museo es una muestra de la pequeñez moral del empresario mexicano, pero el asunto no se queda ahí. También muestra que los Museos mexicanos (públicos y privados) no son instituciones. Al se cada uno de ellos totalmente dependientes de una entidad gubernamental o privada, es obvio que están sometidos al puro capricho de un puñado de capitalistas o burócratas. En otros lugares los museos tienen personalidad propia, consejos de gobierno autónomos y recursos en difeicomiso. Eso es lo que hace distintos de una mera oficina decorativa de relaciones públicas, donde (por decir “algo”) el rector de la UNAM improvisa a quien se le antoja como curador de arte contemporáneo. Si el Museo de Monterrey dejó de existir fue porque institucionalmente jamás existió. Y también porque su directora, Sylvia Vega, no cumplió la función que debió asumir: defender la institución por medio del escándalo.