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El misterio de la estética

Oscar Benassini
La Tempestad
Julio, 2017
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Luis Felipe Ortega modifica el recorrido del Museo Experimental El Eco mediante muros que juegan con la luz, pero también con intervenciones coreogr;aficas y lecturas.  Una reivindicación del misterio.

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El museo contemporáneo se distingue, entre otras cosas, por su pasión por el funcionalismo.  El funcionalismo burocrático, institucional, ha permeado las salas de exposiciones, difiniendo no sólo las formas museográficas sino los modos de ver y de convivir del espectador con el arte.  El espectador es un visitante, y el visitante debe, sobre todo y después de todo, entender lo que vio, salir satisfecho.  Porque un espectador confundido y ansioso por lo que vio puede significar un problema para el museo.  Ante el bendito "No entendí nada", directores y curadores se proponen acabar con el misterio de la obra de arte y explicarla - iluminarla- mediante textos aburrido o cantinflescos, códigos QR que aumentan la experiencia del recorrido o aplicaciones que digitalizan la experiencia de la exposición.  No solamente quieren que el flujo de visitantes aumente, también quieren un público contento y satisfecho que no pida la devolución de su dinero.  Todo sea por el presupuesto anual.

Justamente como opisición al funcionalismo, pero desde el espacio mismo, nació el museo El Eco.  Epítome de la arquitectura amocional de Mathias Goeritz, el recinto experimental (hoy administrado por la UNAM) abrió en la Ciudad de México en 1953, el mismo año en que Samuel Beckett estrenó en París la pieza teatral Esperando a Godot.  Lo anterior es importante para, más de seis décadas después, entender lo que Luis Felipe Ortega propone en A propósito del borde de las cosas.

Ortega modificó el museo o, más bien, reconfiguró la "escultura habitable" concebida por Goeritz mediante muros gigantescos - o esculturas- que dividen la sala principal y el patio.  El espacio cambia, la luz y la sombra cambian, el recorrido del espectador depende de estos nuevos horizontes.  Se trata de una ¿exposición? misteriosa, sin textos ni fichas que brinden alivio al visitante: se está dentro de un edificio, hay líneas de luz, escalas, volúmenes y pesos.  El artista asume las cualidades plásticas y emocionales del edificio goeritziano y las remodela:

Afectar y transformar el lugar, desdoblar también el peso y el volumen hacia una línea (por eso la pieza de arriba es tan potente, es lo mismo que lo de abajo sólo que llevado a su mínimo: una ranura de tres milímetros que sucede con luz natural).  Inicié con los dibujos y terminpe con la sala Mont, ahí se cierra el enunciado.  Para mí, es un proceso de trayectos, redibujé el espacio de El Eco a partir de los trayectos posibles de los visitantes.

Además de las modificaciones temporales que hicieron del museo la materia prima, A propósito del borde de las cosas contempla una serie de activaciones a través de música, danza y lecturas.  Elementos constantes en la obra de Ortega, aquí los cuerpos de Tania Solomonoff y Anaïs Boutsdad son tambíen los de Compañía de Beckett, incluso José Luis Sánchez Rull hace una lectura dramatizada del libro de 1980: "Una voz le llega a alguien en la oscuridad.  Imaginar".

A propósito del borde de las cosas no es una muestra retrospectiva, es un ejercicio artístico en el que Ortega condensa el aprendizaje de veinticinco años de trayectoria.  Es sobre todo una invitación al misterio de la estética, entre tantos programas artísticos comprometidos con la asistencia y las ventas, con resultados numéricos.