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¿De Tijuana a Navojoa?

Luis Felipe Ortega
La Jornada Semanal, No. 56
8 de julio, 1990
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Federico Campbell, De cuerpo entero, Cofunda/UNAM, México, 1990.

Decía Federico Campbell en Insurgentes Big Sur (Tijuanenses): “Uno se vino acá pues, al DF, a estudiar leyes, a hacerse de mundo… (para ver) cómo pintaba el pueblo grandote de Efraín Huerta que se entrelazan con otros relatos de aquel libro y con el único relato en De cuerpo entero.  Un año apenas los separa y se mantienen los lugares fronterizos y las vivencias.
Uno está frente a este libro y no sabe de qué se trata (en el libro no se anuncia si es novela corta, memorias, cuento, relato, etc.).  La contraportada se cubre por una fotografía del autor, no hay solapa: en las primeras páginas un subtítulo: Novojoa.  El norte como un recuerdo más en la en la obra de Federico Campbell. Un trabajo  autobiográfico que se puede leer como cuento, y que por su brevedad lo hace pertenecer a Tijuanenses.
La prosa sencilla que el autor ha manejado en sus relatos, y en su novela Pretexta, nos acerca desde las primeras líneas autobiográficas a los lugares y a las voces de un pasado donde los recuerdos se sobreponen y se dirigen a su infancia.  Se perfilan entre la madre y el padre, entre Tijuana y Navojoa.  La obsesión por esos lugares es punto de partida, las fechas se van borrando, saltan en algún sitio.
Si en un principio vamos con calma, pronto se descubren las voces que se pasan el rol a lo largo del relato.  El protagonista narrador, la hermana (Silvina).  Otras veces un diálogo.
Preguntas de él, largas respuestas de ella.  Después murmullos “desde lejos, como en el campo, mi madre grita cuando salgo corriendo: “¡Gordo¡ ¡Gordo¡ ¡Gordo¡”.  En la playa las olas revientan en las rocas” (p.16).
Dos personajes se mantienen frente al relato, y siempre su voz está dirigida a sus padres, es decir, Campbell escribe un relato centrado en sus padres, donde tenemos que localizar e ir descubriendo los zarandeos de su infancia.  Un libro que alcanza buenos momentos y que se va cerrando y abriendo con las muertes, las salidas, los regresos.  Que pasa como otro cuento del autor.
Un monólogo da fin a los recuerdos: “Silvina abre la llave de la tina y espera a que se llene de agua.  Se desnuda.  Toca el agua tibia.  Se mete en la tina y mientras se enjabona piensa:  
No tenía un mes, de nacida mi madre cuando…” (p.45).
Si este relato se ha soliviado al autor como autobiográfico (lo demuestran otros escritores en la misma colección), también tenemos una obra que al acumularse se repite.  La cercanía temporal de estos libros nos dejan ante un regresar continuo a su narrativa fronteriza y el sitio familiar.  Comienza así un relato de Tijuanenses: “Mi madre y yo nunca nos llevamos muy bien.  Unico hijo entre dos hermanas, pronto me di cuenta que nada tenía que hacer en territorio enemigo.  Se trataba de una batalla perdida de antemano; escapé en cuanto pude de aquella casa tomada desde los cimientos por el gusto, el tono, la mirada de todas las mujeres que rodeaban a mi madre”.
Creo que con este último libro el autor cierra su biografía, ha dejado fuera muchos recuerdos, se ha quedado en la zona fronteriza que aparece y reaparece constantemente en sus trabajos.  También tendrá que ir saliendo de esos lugares que en su literaura se han vuelto comunes; salir hacia otros tiempos de esa Tijuana que ya no es la misma.