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Daniel Guzmán: Retratos para un mundo mejor

Luis Felipe Ortega
La Pus Moderna, No. 6
Verano, 1996
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A lo mejor lo que queremos hacer está mal,

pero ¿por qué tienen que ser ellos los que deciden?

Paul Bowles

 

HACE ALGÚN TIEMPO que resulta casi imposible referirse a algún espacio del arte sin que de inmediato surjan preguntas del tipo ¿a que se refiere el artista? O ¿Qué significa tal cosa? Es cierto que estas preguntas son pertinentes y, tan pronto como alguien se propone escribir al respecto, también se piensa en ellas. En el caso de la obra de Daniel Guzmán no solamente se necesita responderlas, sino que seguirse hasta encontrarnos con el absurdo y el azar, con las formas donde son intolerable pasa a ser parte del proceso a manera de tolerancia caprichosa y donde cada elemento que interviene en su obra tiene que ser visto como un acto de imposibilidad. Los dibujos de Daniel se aproximan a las narraciones de William S. Burroughs o a las historias arbitrarias de Greil Marcus. Aunque esa aproximación es válida, sin embargo, no es lo suficientemente amplia para entender su trabajo que en su seno resulta mucho más complejo.

   Se trata de series de dibujos donde el retrato participa como el elemento mas importante. Daniel Guzmán hace retratos y parte de un grupo bastante heterogéneo de información. Su serie más reciente lleva el nombre de Carne negra y no sólo confirma las referencias de los temas que más le interesan, sino ocasiona nuevas referencias en la manera de abordarlos. Hablo de transferencias porque no se ocupa nada más de hacer pasar las cosas de un lugar a otro y de manipular los significados que posiblemente se desprenden de ellas, sino que ejercen un principio básico de correspondencia y deja entrar en un mismo espacio todo aquello que permita el impulso, de seria contradicciones. Se refiere a la música, a la literatura, a los cómics, al cine gore, a las estrellas de cine, a las revistas pornos, etc. Con frecuencia estos personajes se relacionan con frases, intentando una identificación o una sobreimpresión que por momentos nos hace saltar de risa.

Aunque Daniel Guzmán pertenece a una generación de artistas que ha tomado el humor como parte importante de su trabajo, me parece que en su caso el carácter que toma se inspira en una narrativa que siempre está a punto de caer en una crítica despiadada y poco oculta. No se trata, desde luego, de una crítica que invente quitar los velos de las mentiras y los comentarios absurdos al poder o algo, se trata de una crítica donde lo que queda al descubierto es el individuo. Y entonces, la risa y el humor se vuelven contra uno, es decir, de quienes terminamos riéndonos es de nosotros mismos. Es en una serie dedicada al desaparecido Bukowski, Daniel incluyo la frase: “los viejos retrógradas también queremos un mundo mejor”. Ciertamente, se verá que cada personaje pertenece a ese mundo que la sociedad ha excluido y que de pronto aparece para lanzarnos a la cara un lindo asunto apestoso.

Algunas veces el dibujo aparece cargado de escurrimientos y veladuras, dejando ver, hacia el fondo, el inivío  del proceso. El lápiz, el acrílico y las tintas saturan el espacio y las imágenes vienen hacia el espectador a manera de fragmentos. Guzmán deja que sus asociaciones se alteren constantemente en el trayecto. El camino se invierte como si se tratara de regresar al inicio, pero tan sólo consigue transformar el peso de aquello que ya está dicho. La experiencia del retrato, de los cuerpos que se agitan o que pueden reducirse a su propia imagen no pueden guardar silencio ya que nacen con una idea previa a ellos mismo. ¿Pueden huir del espectáculo y de lo que el mundo contemporáneo les ha hecho? Dejemos pasar algunos nombres y veremos que cualquiera ofrece una referencia de lo que son: Johny Rotten, Godzilla, Kurt Cobain, Al Pacino, Burroughs, Bukowski y un número espléndido de muchachitas salidas de una revista porno. Al lado, y en su interior mismo, hay un dibujo de letras con un contenido que no es una reiteración sino un elemento nuevo dentro del conjunto.

Y en el conjunto de las series los títulos cobran su importancia. Pensando en el trabajo de Daniel Guzmán, incluyendo sus pinturas, me parece que ha empujado su obra hacia los extremos. Las interminables y aparentes yuxtaposiciones brindan un ejercicio donde la violencia y los hombres que la practican sacan de paseo un número complejo de contradicciones. Hablando de los situacionistas, Greil Marcus dice que el arte tradicional existía para trazar el mapa de la utopía, pero que ahora el campo de la utopía es la vida cotidiana de cualquiera.

Mirando la obra de Daniel uno sabe que el mapa está cargado de pesimismo capaz de dar con el delirio y con la presentación de éste en sus formas más abiertas.

Apurando las cosas, tenemos que hay un reconocimiento de la vida cotidiana y un saludable destino de esa lectura: el significado está oculto, no hay duda, tan oculto que no hay ningún significado. Pero si tú no puedes encontrarlo careces de alma, de sensibilidad, dice uno de los dibujos.